Los ciegos se acarician.

Los ciegos se acarician con las antorchas de sus manos encendidas, y el incendio es dulce y placentero, no deja dolor ni cicatrices a su paso, su rastro es más bien un eco, migajas de gemidos que le sirven de faros al silencio para saber donde callar y simplemente arder sin prisa ni urgencia ni simulacro de por medio.

Los ciegos se acarician, y a la voluptuosa oscuridad no le queda más remedio que sonreír y ceder ante los encantos de ese lenguaje íntimo y casi críptico de manos que se miran con los ojos cerrados, el alma desnuda y el corazón abierto. Y esa otra claridad es nuestro cielo.

Héctor Loza.